viernes, 18 de noviembre de 2011

El rapto: desgraciados y caballeros

La situación económica de Ronnie y su amigo Zarpas era peor que nunca. En la nevera sólo quedaban restos de lo que algún día fue algo comestible junto con alguna litrona empezada y sin gas, resto de la última fiesta celebrada en su piso, hacía, por lo menos, varios meses. No tenían ningún ingreso regular y las cosas no tenían pinta de mejorar, ni a corto ni a largo plazo, por lo que el ingenio debía de agudizarse o estaban perdidos. Pronto fueron surgiendo grandiosas ideas que tenían como objetivo solucionar el entuerto pero que lo único que conseguían era provocarles la risa, ¡qué risas! pero las risas poco a poco dejaron paso a la desesperación y al desasosiego, y lo que inicialmente parecían ideas descabelladas se convirtieron en verdaderas alternativas de futuro.

David Belafonte era un cantante de éxito que llevaba casi dos décadas coleccionando números uno en las listas de ventas. Sus canciones formaron parte de la banda sonora de la adolescencia de Ronnie y Zarpas (muy a su pesar) así como de la gran mayoría de los miembros de su generación. Les parecía un ser abominable, producto de una sociedad enferma  y culpable de muchos de los nuevos trastornos posmodernos, así que cuando se enteraron de que vendría de vacaciones al Hoyo junto con su familia, la solución a sus problemas se les presentó como en bandeja de plata: secuestrar a alguno de sus hijos adolescentes y pedir un rescate. No podía ser difícil, y además, él era un canalla. Se lo merecía. ¡Qué se joda! pensaron. Por fin una luz al final del túnel.
Tras vigilar a la familia Belafonte durante varios días nuestros protagonistas decidieron que el mejor sitio donde llevar a cabo su plan era la playa de Holland, un paraje paradisíaco que por las mañanas no estaba demasiado transitado y que las hijas de David Belafonte solían visitar.

 Eran las 09:00 de la mañana y Ronnie y Zarpas daban los últimos retoques al plan magistral para el cual sólo necesitaban un poco de cinta americana, un saco de patatas y dos pasamontañas. Una inversión mínima para una recompensa millonaria. A las 10:00 nuestros protagonistas ya se encontraban agazapados tras el puesto de socorro, tan nerviosos como decididos, pero no fue hasta las 11:30 cuando Sofía y Lara (esos eran los nombres de las hijas de su odiado cantante pop) hicieron acto de presencia y fue, poco después, cuando una de ellas se acercó a los servicio instalados en uno de los laterales de la playa, cuando el plan se ejecutó sin ningún problema. El azar hizo que la víctima elegida fuese Sofía Belafonte, una preciosa chica de unos veinte años estudiante de publicidad.
El secuestro duraba ya siete días tras los cuales los raptores no dieron ninguna pista del paradero de la chica ni de cuales eran sus intenciones por lo que la rumorología campaba a sus anchas en los medios de comunicación. Durante estos días sólo le ofrecieron bocadillos de mortadela para comer y agua para beber, lo cual parecía ser parte de algún tipo tortura maquiavélica a la que iba a ser sometida, pero pronto Sofía se dio cuenta de que ellos se alimentaban exactamente igual. Eran unos desgraciados y punto. Ronnie pensó que estaría bien mostrarse un poco violentos para darle credibilidad a la situación y que no se pensara la chica que no iba en serio la cosa. Decidieron ponerle a todo volumen alguna de las canciones de su padre que supuestamente les había amargado la adolescencia en contraposición con alguna de las canciones que, según ellos, “se la ponía dura” a los chavales de su generación, al mismo tiempo que gritaban por un micro consignas a favor del rock y en detrimento del pop. Ellos iban a vengar a una generación a la vez que ponían punto y final a sus problemas. Así, tras “Esclavo de tu amor” sonó “Raining Blood” de Slayer, tras “Corazón roto” sonó “Anarchy in the Uk” de Los Sex Pistols, tras “El boom de tus caderas” sonó  “Sympathy for the Devil” de Los Stones… pero todo cambió cuando nuestros héroes se dieron cuenta de que Sofía se sabía gran parte de  las letras de los grupos que a ellos le gustaban, ¡incluso se sabía las de Brujería!. ¡Dios! ¡esto lo cambiaba todo!. Ella era una víctima de este sistema cruel. ¡Vivió diecinueve años en el sótano del pop!...en el seno de los Frietzels de la música y había conseguido mantener su integridad y recitar “Matando Güeros” de carrerilla. Era una supervivente del rock, una heroína, no había duda.
Tras deliberar el tiempo que dura una cerveza decidieron que debían liberar a Sofía lo antes posible. Podía ser que su padre se mereciera tal castigo, pero ella, desde luego, ya había sufrido suficiente tortura a lo largo de su vida.  Entre los dos juntaron a duras penas algo de dinero para que Sofía  pudiese coger un taxi o hacer una llamada tras liberarla en el centro de El Hoyo. Desgraciados pero caballeros.

Después de todo, el plan maestro para resolver su situación económica no resultó todo lo bien que hubiesen deseado. ¡Hay que seguir pensando Ronnie!.

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